Hace muchos metros que no te pienso, el frío a veces te suele suplantar, la búsqueda por el calor se hace inevitable y de repente un organismo que se me antoja intruso me pide buscar con más fruición el calor que tu voz. A veces pienso, de veras lo hago, en llamarte, cojo un celular y miro con fe hasta que aparece una barrita de señal y como un milagro presenciado por mi, me regocijo y me vuelan los insectos en el estómago casi de la misma manera que lo hicieron cuando le di aquel primer beso a esa niña que tocó por primera vez los labios de un adolescente humeante de deseo creando con ese pequeño toque un nuevo mundo de tormentos y felicidades que nunca he de terminar de experimentar, en ocasiones silencioso me siento a contemplar la ventana y a imaginar que entre esas nubes que atravesamos con furia titánica vas a aparecer corriendo, desafiando a las dos gravedades, desafiando el tiempo y el espacio y todas las leyes, como ya lo hiciste con las leyes naturales. El viento que te vuelve equidistante de todos los lugares que te observan, sin saberte en ningún lugar, hablando en cualquier lengua, en francés ayer, en inglés mañana, hoy en mi pobre español, pero algún día en el lenguaje de las miradas encontradas, deseantes, que serían capaces de derribar cordilleras infinitas de pasados ociosos y aburridos, capaces de nadar por entre el desvanecimiento del cuerpo ignorado, en la noche sórdida del vacío, y vienes sin mi y vas sin ti, pero siempre serena y cordial amada mía estás en la cima, bailando al son natural de las constelaciones que hoy forman tu imagen, en un incesante mundo paradisiaco obtenido por haber permanecido pacientes, atentos al arribo de la virtud del alma, silenciosos esperando eternidades en minutos, eternidades que nos secuestraban en los más complicados exabruptos, comiendo los alimentos más sencillos, precisando pocos condimentos, buscando desesperados su sabor original, constitución de sensaciones, que divinamente se encuentran.
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