La siguiente es la crónica de una semana bien atribulada. Todo empezó la semana anterior cuando después de un sorpresivo mensaje de texto me encontré en la noche lejos de casa viendo una película de la cual nunca había escuchado hablar en mi vida, se llama “Elegy”, es con Penélope Cruz (maasita!) y con Ben Kingsley (el de Gandhi), sobre la película no me gustaría hablar porque me quedaría en ella, por lo pronto solo puedo recomendarla pero eso sí, por favor no la vean si están muy deprimidos o muy felices, es de esas que le dan a uno duro desde que se meta en la trama; el caso es que esta película medio inauguró una semana bien posmo, ya les explico por qué. Pasaron dos días y ahora si voy al grano, que pena lo anecdótico del prólogo.
No me acuerdo bien que pasó exactamente los dos días siguientes, ah sí, el jueves llegué tarde a una invitación a teatro que hice yo mismo (¡de verdad qué pena!)y estuve con una amiga a media noche dando vueltas y tomando tragos sin alcohol, háganme el favor, ¡qué juicio!, bueno el caso es que llegamos tarde a todo lado y no hicimos mucho, qué raye, pero bueno llegó el viernes, había farra en la U y como era de esperarse, hice el ridículo de las maneras más variadas, qué boleta, aunque pa qué, la pasé la locura. Bueno ya!! Nos estamos quedando carajo!
El caso es que el sábado me pegué la rodadita a la feria del libro, una amiga me invitó pero ya me había invitado mi madrecita santa, y eso se ofendió todo el mundo. Dimos unas vueltas y encontré que por alguna extraña razón estaba como muy engomado viendo libros sin tener mucho dinero, eso fue lo malo de la feria, que antojada tan verrionda (je me jalió el caleño de mi hermanita) y después de analizar mucho qué sería mejor, compré a última hora todo apresurado un libro que se llama “El Placer del Texto” de Barthes, que viene siendo como uno de los más cuando se habla de semiología lingüística y de eso que nadie sabe muy bien qué demonios es, pero que todo el mundo relaciona con Warhol y gafufos afrancesados fumando pipa (cualquier parecido con mi señor decano Fabián Sanabria es pura coincidencia) eso que critica tanto a los que sí son “rigurosos”, los que creen que buscan la Verdad, lo Otro, los que usan palabras todas grandilocuentes, los que, ah ya, en todo caso le dicen la “Posmodernidad”, o el “Posmodernismo”.
Pero como compré eso pues muy bien, ajá, eso ¿no?, también compré otro (uy Cantinflas) que se llama “La Escritura y el Enigma de la Otredad” que son como reseñas de libros de una vieja que también es como posmo, se llama Esther Seligson, ah y otro libro como pa´disimular de Chesterton, una novela que se llama “el hombre que fue jueves”, pero lo mejor no es el título sino el subtítulo: “Pesadilla”, qué tal eso, creo que está más frito que los dos anteriores, el caso es que estoy que me lo leo, tocará esperar que me dejen porque aquí donde me leen, estoy más colgado que un columpio en lecturas para la U.
Y como esto ya está muy largo y estoy mamado de corregir tantos gazapos ortográficos y de tener a travesada a una chica en mi cabeza sin dejarme concentrar, les cuento después mi segundo día de shopping en la feria, ah, a quién quiero engañar, realmente lo que hice el otro día fue comprar un libro que nos habían puesto de trabajo final en una clase hace dos semestres y que me robaron junto con una maleta, qué piedra ni siquiera era mío, me tocó bajarme de 70 billetes de mil en la Lerner de los ahorros (ehh… sí, mis ahorros), la cosa es que lo vi, estaba rebarato y lo compré. Se llama “El Objeto del Siglo” de Gerard Wajcman (siento como si fuera a escupir cuando pronuncio ese apellido).
Esa fue la feria del libro que no fue pues la locura con excepción de la presentación de un libro en la que estaban dando degustaciones de… eh… qué te dijera, guaro, digo, vino, digo... Agua… dough! Ah bueno ya qué.
PD: no vuelvo a escribir cosas tan largas, anecdóticas, ni mal escritas. O bueno sí.
El caso es que el sábado me pegué la rodadita a la feria del libro, una amiga me invitó pero ya me había invitado mi madrecita santa, y eso se ofendió todo el mundo. Dimos unas vueltas y encontré que por alguna extraña razón estaba como muy engomado viendo libros sin tener mucho dinero, eso fue lo malo de la feria, que antojada tan verrionda (je me jalió el caleño de mi hermanita) y después de analizar mucho qué sería mejor, compré a última hora todo apresurado un libro que se llama “El Placer del Texto” de Barthes, que viene siendo como uno de los más cuando se habla de semiología lingüística y de eso que nadie sabe muy bien qué demonios es, pero que todo el mundo relaciona con Warhol y gafufos afrancesados fumando pipa (cualquier parecido con mi señor decano Fabián Sanabria es pura coincidencia) eso que critica tanto a los que sí son “rigurosos”, los que creen que buscan la Verdad, lo Otro, los que usan palabras todas grandilocuentes, los que, ah ya, en todo caso le dicen la “Posmodernidad”, o el “Posmodernismo”.
Pero como compré eso pues muy bien, ajá, eso ¿no?, también compré otro (uy Cantinflas) que se llama “La Escritura y el Enigma de la Otredad” que son como reseñas de libros de una vieja que también es como posmo, se llama Esther Seligson, ah y otro libro como pa´disimular de Chesterton, una novela que se llama “el hombre que fue jueves”, pero lo mejor no es el título sino el subtítulo: “Pesadilla”, qué tal eso, creo que está más frito que los dos anteriores, el caso es que estoy que me lo leo, tocará esperar que me dejen porque aquí donde me leen, estoy más colgado que un columpio en lecturas para la U.
Y como esto ya está muy largo y estoy mamado de corregir tantos gazapos ortográficos y de tener a travesada a una chica en mi cabeza sin dejarme concentrar, les cuento después mi segundo día de shopping en la feria, ah, a quién quiero engañar, realmente lo que hice el otro día fue comprar un libro que nos habían puesto de trabajo final en una clase hace dos semestres y que me robaron junto con una maleta, qué piedra ni siquiera era mío, me tocó bajarme de 70 billetes de mil en la Lerner de los ahorros (ehh… sí, mis ahorros), la cosa es que lo vi, estaba rebarato y lo compré. Se llama “El Objeto del Siglo” de Gerard Wajcman (siento como si fuera a escupir cuando pronuncio ese apellido).
Esa fue la feria del libro que no fue pues la locura con excepción de la presentación de un libro en la que estaban dando degustaciones de… eh… qué te dijera, guaro, digo, vino, digo... Agua… dough! Ah bueno ya qué.
PD: no vuelvo a escribir cosas tan largas, anecdóticas, ni mal escritas. O bueno sí.
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